Al final de la zona muda, para calmar la sed
el cuerpo exprime las aguas cercenadas
que permiten dar forma al salón de los espejos.
Un halo de incertidumbre permanecerá siempre entre la dualidad gesto – palabra. Por eso se traza un camino de papel, soporte de la palabra escrita con el objeto de completar la escritura con lo no – escrito.
Se traza un camino que nace desde la mudez y es recibido por un libro de poemas cuya última página permanece en blanco. Es el cuerpo entonces que como lápiz intentará trazar el gesto. Entre ambos puntos, el inicio y el final, un flujo de peldaños. Un camino intermedio y sus aguas.
Intentando desatar la boca sólo se hace presente el gemido que avanza para llegar a esta zona intermedia, la escalera, lugar de subida o bajada en donde se transita esculpiendo sobre papel el gesto y el residuo que deja la materia.
Primero: un camino de cicatrices y cruces pintadas. Una tijera que fractura. En donde la lengua se desata y la voz desaparece.
Segundo: la calle, el escombro, la ruina, el cemento y la irrupción del líquido amarillo que moja los pies.
Tercero: El eclipse antes del espejo, un agua que explota roja entre las piernas y que comprueba tanta infertilidad reinante.
Cuarto: pisando un camino lleno de espejos rotos… ojos que me miran para mostrar sólo los fragmentos de un cuerpo. Finalmente sólo el agua cercenada por los espejos lava y limpia los residuos, pero las vendas los atrapan en sus pies para seguir caminando.
Saliva, orina y sangre // cruces- cemento y espejos reciben la explosión de agua que lava, mezcla, colorea, destruye y forma.